martes, 1 de diciembre de 2015

Hechiceros de mi alma


Más  que en el amor a una persona pienso en el amor a la música. Esa música que desde hace tantos años la escucho y es la única que me llena el alma, ese rock nacional que todavía lo prefiero más que a cualquier otra cosa.

Reinaba en el  ambiente la locura mientras todos esperábamos que empiece, con una ansiedad impotente y alegre que sólo los que disfrutamos del rock sabemos sentir, locos por volverlos a ver.
Palpitábamos la emoción  y en eso salieron a brillar, Piti y su micrófono, Fer y su guitarra, Bochi y sus anteojos infaltables, Santi con el bajo en sus manos, Juan, Joel, Ale todos ahí empezando a tocar, todo eso era para mi un conjunto de cosas hermosas, lo disfrutaba. Ellos le caían bien a todos mis sentidos y yo extasiada. 
Y ahí estaba Piti, mi querido Piti con su voz, moviéndose por todo el escenario brillando en espontaneo, bailando y cantando. Ligero y más liviano sin su barba y con una cara como diría Charly, con una superficie mucho más acariciable. En tanto todos nosotros contemplando con alabanza y soñando con que no se termine nunca. Juan Germán cantaba y bailaba con fuerza, locura y libertad,  colmándonos el alma con su voz.
Y allá  arriba también Bochi, Fer y Santi moviendo sus dedos en la guitarra y el bajo, Ale siguiéndolos con el teclado al compás con Juan que golpeaba la batería con un estilo fenomenal, para hacer sonar con Joel esa melodía inigualable, creando el arte, ese arte sano, ese arte que sana. Los artesanos del mejor arte, el de la música.
Y nosotros en el pogo saltando como peces en blanco y negro, cambiando de colores de la felicidad, eufóricos del momento, de verlos, de sentirlos tan cerca pero a la vez tan lejos.. y querer llegar más y más adelante para ver al señor Fernández en la punta de nuestras narices cantar y sonreír. Porque les cuento que a mi nunca nadie me sonrío así, porque Piti te mira y con picardía te guiña un ojo derritiendote y haciéndote un poquito más feliz de lo que ya sos en ese instante.
Todo lo que era el show, ellos para nosotros, nosotros para ellos, ellos entre nosotros y nosotros ante ellos. Brillaban, y yo los miraba, y también a la gente viendo como los disfrutaban, como los gozaban, mientras ellos nos miraban y nos regalaban el mejor de los regalos.
El público, la guitarra, la batería, el teclado, el saxo y la voz inigualable de Piti Fernández, todo se unía en un mismo punto, todas esas cosas independientes pero al mismo tiempo tan dependientes entre ellas, se unían, y haciendo el amor formaban canciones. 
Cantando y bailando, uniéndonos todos por una misma pasión, formando al mismo tiempo entre todos a Las Pastillas del Abuelo, que eran ellos, y nosotros en ellos, y ellos en nosotros.
Fue una noche fugaz que terminó mucho más rápido de lo que hubiéramos querido pero que la disfrutamos más de lo que nos podríamos haber imaginado. Terminó el show, y seguíamos todavía hundidos en ese sueño profundo, era un sueño hecho realidad, era una realidad hecha sueño.. Esas realidades que parecen sueños porque pasan como toda realidad pero terminan como todo sueño. Pero lo bueno era que podemos seguir soñándolas cuando terminan, entonces somos felices una vez más..
Convencida de que iba a volverlos a ver, me fui tranquila y satisfecha, con mi trofeo de la noche en las manos, una púa de Fer, una reliquia más para mi, que junto a la púa de Bochi ocupan un altar en mi pared, me iba pensando en la voz de Piti que sé que nunca, ni aunque pierda la memoria se me va a olvidar.
Después, Llegué puse el CD y paradojicamente me dormí repitiendo el sueño una vez más. Siendo feliz una vez más, sintiendo una crisis que me daba un desafío, porque sin crisis no hay desafío y sin desafío no hay Pastillas del Abuelo y sin Pastillas del Abuelo no existiría la 20, la 20 que explota. Gracias pastillas y gracias diosa bonita música de la transformación!

Chari Ahumada.

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